Editorial


editorialLuego de un lapso de bajo perfil y pocas actividades, obligado por una difícil situación ya superada, la Fundación Javier Barros Sierra A.C. está de vuelta para cumplir con su importante cometido de reflexionar rigurosa e imaginativamente sobre los futuros posibles, probables y deseables de asuntos de interés para el desarrollo económico, social, cultural, político, etc., de México.

La celebración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana en el año 2010 coincidirá con la celebración de los primeros 35 años de vida de la Fundación Javier Barros Sierra. Durante las primeras tres décadas y media de su existencia mucho es lo que cambió México.

En 1975 el país tenía una población estimada de 59.1 millones de habitantes, que crecía con tasas anuales medias cercanas al 3.1%, entre las más altas a nivel mundial, por lo que el 47% de ella estaba constituida por menores de 15 años de edad. En ese entonces sólo el 50% de los mexicanos habitaban en localidades de más de 15,000 habitantes; el sector primario de la economía representaba entonces el 11.2% del producto interno bruto del país y ocupaba al 41% de la población económicamente activa. Apenas acababan de anunciarse los descubrimientos de los grandes yacimientos petroleros de México, y la economía del país, todavía cerrada al mundo exterior y con un modelo de sustitución de importaciones, estaba próxima a dejar la etapa del desarrollo estabilizador que la había hecho crecer con tasas anuales medias cercanas al 6%; los menores de cuarenta años de entonces nunca habían atravesado por una crisis económica importante. El índice de escolaridad media era de 3.98 años, y la matrícula total en educación supe rior era de 654.7 mil alumnos, correspondiendo el 82.8% de ella a instituciones públicas. El país estaba gobernado por un partido al que habían pertenecido siempre desde la Revolución Mexicana lo mismo el Presidente de la República que todos los gobernadores de las entidades federativas, la mayoría absoluta de los legisladores, y la inmensa mayoría de los presidentes municipales.

Actualmente la población nacional es cercana a los 107.5 millones de habitantes y la tasa de crecimiento demográfico es de alrededor del 0.8%. Cerca del 63% de los mexicanos habitan en localidades de más de 15,000 habitantes, y 48.9% de ellos lo hacen en ciudades de más de 100,000 habitantes. El sector primario de la economía representa ya sólo cerca del 3.6% del PIB nacional y ocupa al 13.4% de la PEA. La producción y reservas probadas de petróleo del país están declinando (luego de un lapso en el que el temor fue la petrolización de la economía, por la importancia que tuvieron, y todavía tienen, los hidrocarburos), y la economía del país está entre las más abiertas del orbe, descansando de manera importante en el sector externo, pero con más de 20 años de un crecimiento anual medio raquítico; los menores de 40 años han vivido prácticamente toda su vida en medio de crisis económicas recurrentes. El índice de escolaridad media se ha elevado a 8.4 años y la matrícula en educación superior rebasa los 2.6 millon es de alumnos, el 32.1% de ellos inscritos en instituciones privadas. Hoy en México se disputan el país diversos partidos políticos, el presidente dejó de ser de exclusividad de un partido y además se ve obligado a gobernar con órganos legislativos en los que su partido no tiene mayoría absoluta, y a compartir el poder con gobernadores y presidentes municipales de la oposición, en un sistema electoral arbitrado por un Instituto Federal Electoral inexistente en 1975.

Los cambios señalados son apenas una pequeña muestra de la punta visible del iceberg de las transformaciones vividas en los últimos 35 años. En ese lapso el mundo vivió una explosión en las innovaciones de las tecnologías de la información y las comunicaciones (telefonía móvil, televisión directa al hogar, Internet, supercomputadoras, etc.), en genética (secuenciación del genoma humano, determinación de los genes responsables de algunas enfermedades, etc.), en nanotecnología, etc., y el inicio de la convergencia en los avances en dichos campos. En ese lapso de 35 años, se consolidó la Unión Europea, cayó la Unión Soviética, Estados Unidos vivió con el peso de haber perdido la guerra de Vietnam (justo en 1975), los países latinoamericanos optaron por regímenes democráticos, las estaciones espaciales se convirtieron en asunto común, la población de origen latino en Estados Unidos pasó del 4.5 al 15.4% de la total, Japón y luego Corea del Sur ingresaron a los países tecnológicamente avanzados, China y la India empezaron a volverse economías fundamentales para el desarrollo global, los países del Cono Sur de América han dado los primeros pasos para una mayor integración económica, México perdió su liderazgo en América Latina, el cambio climático se ha vuelto una de las amenazas más serias para la supervivencia de la vida terrestre, y mucho más. Sin ninguna duda, ni México ni el mundo en el que vivimos son los mismos que vieron nacer a la Fundación.

Hoy todo parece estar en un proceso de cambio vertiginoso. Quizá todas nuestras crisis son más crisis de velocidad que de ninguna otra cosa. Las más de las veces nos vemos obligados a tomar decisiones con información incompleta y siempre tardía, empleando modelos que describen de manera aproximada la forma en que operaba el mundo del pasado, pero no el del presente, y mucho menos el que está por venir. Frente a la velocidad de los cambios, lo más sensato parece anticipar su posible aparición y la dirección e intensidad que podrían tener. Anticiparlos no en el sentido de pronosticarlos, sino de explorar su posible ocurrencia. No con la intención de saber cómo será el futuro (cosa imposible) sino de reflexionar como podría ser. Frente a la turbulencia aparente y la incertidumbre que ella genera, crece la necesidad y conveniencia de conjeturar sobre los futuros que podría tocarnos vivir. Quizá la prospectiva sea hoy más necesaria y más útil que nunca antes. La razón de ser de la Fundación Javier Barros Sierra está así tan o más viva que cuando nació, y muchas son las actividades que puede y debe emprender para cumplir con su misión. Esperamos que con el esfuerzo y apoyo de sus asociados y amigos, y con un espíritu renovado, la Fundación pueda contribuir a la reflexión seria y rigurosa sobre los futuros que podría vivir nuestro país, para aprovechar mejor las oportunidades y superar los retos que habrán de presentársele, pero sobretodo para comprender mejor su presente.

Antonio Alonso C.
Presidente del Consejo Directivo
Fundación Javier Barros Sierra, A.C.